
Aunque hay pocos estudios sobre el tema de la lactancia del niño autista, las investigaciones que existen indican que la lactancia materna puede presentar muchas ventajas para el niño que sufre de autismo.
Los niños que presentan autismo a menudo tienen problemas crónicos de salud, incluyendo infecciones y problemas respiratorios, alergias y sensibilidad a agentes químicos, así como problemas digestivos. Varios estudios han demostrado que la lactancia materna fortalece el sistema inmune, protege el sistema gastrointestinal y protege contra las alergias. Estos beneficios de salud continúan mientras el niño sigue recibiendo leche materna, y en muchos casos, incluso continúan más allá de la infancia. (American Academy of Pediatrics 1997).
La mayoría de las personas que sufren de autismo tienen problemas neurológicos, cognitivos y de desarrollo. Muchos presentan dificultades para procesar u organizar información visual o auditiva. La leche materna contiene altas concentraciones de substancias que son esenciales para el desarrollo óptimo del cerebro, tales como el aminoácido taurina y los ácidos grasos: el ácido docosahexaenoico (DHA) y el ácido arachidonico (AA). Los investigadores han encontrado que la lactancia materna puede aumentar el desarrollo cognitivo, el desarrollo visual y las habilidades sensoriales de los niños. (Lucas 1992; Birch 1993; Baumgartner 1984). En un estudio reciente, investigadores en Nueva Zelanda observaron que existe una relación entre la lactancia materna prolongada y el obtener calificaciones mayores en pruebas de inteligencia más adelante en la infancia. (Horwood 1998).
La lactancia puede también tener beneficios para el desarrollo emocional del niño autista, ya que le ofrece una oportunidad especial de contacto físico y emocional.
La relación de lactancia también le ofrece a la madre del niño autista una oportunidad para formar un vinculo más fuerte con un niño que tal vez no logre darle retroalimentación emocional óptima. Las madres que han amamantado a sus hijos autistas comentan que ellos parecen responder mejor, logran un mejor ajuste social, tienen mayor probabilidad de jugar juegos imaginativos y muestran más afecto que sus compañeros con diagnósticos similares que han sido alimentados con leches artificiales (Jackson 1992; Reznek 1992).