Ahora que tengo hijo cada vez entiendo menos el concepto de malcriar. Malcriar según está sociedad es cargar a mi hijo, dejarlo dormir conmigo, conversar con él en vez de pegarle cuando hace una pataleta porque su desarrollo neurológico no le permite otra respuesta con más inteligencia emocional que esa, al menos por ahora. Malcriar es besarle , abrazarle. Malcriar es no dejarle llorar desconsolado en un coche o en una cuna. Parece que en este siglo  amar es malcriar.

Un malcriado es- al menos desde esta opinión que no voy a llamar humilde porque la estoy escribiendo desde el lado más profundo de mi arrogancia, debo confesarlo- es una adulto incapaz de hacer empatía con un indefenso ser que llora, un malcriado es un adulto que solo encuentra gritos, insultos y juicios cuando está acorralado por la adversidad.

Con todo respeto por sus padres, e incluso por los míos , porque muchas veces soy una malcriada; los adultos damos muestra día a día de lo malcriados que fuimos de niños, de cómo las palabras fueron sustituidas por nalgadas o golpes en la boca; de cómo nuestra necesidad de explorar fue coartada por el no del temor infundido por temores de otros.

Un malcriado no es solo aquel que no ha encontrado rumbo en su vida, un malcriado también se apega a las relaciones amorosas y amistosas de adultos porque no recibió apego vital en edad temprana; un malcriado no logra establecer relaciones de interdependencia, sino de dependencia con sus semejantes, poniendo en manos de otro su felicidad. Un malcriado se frustra fácilmente, abandona sus causas, porque al ser insistente de pequeño le dijeron que era un fastidioso y así quedó grabado en su memoria.

Un malcriado abandona rápido, se niega a explorar, vive temeroso, es incapaz de cambiar, de oír , de amar en libertad. Y si hay algo cierto es que todos los adultos de esta generación tenemos algo o mucho de malcriados, por eso pagamos terapias psicológicas, holísticas, hacemos dietas, yoga , tai chi, leemos libros de autoayuda, para buscar o mantener ese centro que no se nos cultivó a edad temprana, para buscar ese refugio de amor propio que debían asegurarnos sin tapujos y sin miedo a malcriarnos  desde el nacimiento.

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